El camino de la memoria ha sido —y sigue siendo— un camino largo y difícil. Durante muchos años, ser víctima del terrorismo en España ha supuesto una doble tragedia: la de perder a un ser querido y la de tener que ocultar el sufrimiento ocasionado por ello. “Algo habrá hecho”, repetían con insistencia quienes justificaban la violencia. Las víctimas éramos invisibles para la sociedad, una realidad incómoda y molesta que había que ocultar. Nada se decía de todas aquellas familias que debían abandonar sus lugares de residencia, ni de las muchas dificultades que atravesaban, ni de su total y absoluto desamparo.