El grito de los inocentes que piden justicia. El grito de los inocentes que piden que seamos eficaces utilizando la ley contra aquellos que los asesinaron. El grito de los inocentes que nos piden que no recompensemos el mal. Nos piden que no nos convirtamos en insensibles ante la injusticia radical.
Nos piden que no hagamos distingos entre ellos a causa de nuestras rencillas, intereses, filias o fobias. A Carlos Alonso Palate, a Diego Armando Estacio, les arrebataron la vida los estrategas del terror que juegan con la vida y actúan políticamente en el País Vasco, reclamándonos pagos políticos e impunidad. Al anciano Ambrosio Fernández, una noche de fuego, humo y frío provocado por los alevines de terrorista etarra, le complicaron su salud de forma irreversible.
Quiero subrayar la inocencia de los inocentes y la culpabilidad de los culpables, la culpabilidad de los fanáticos que no respetan las reglas del juego de la democracia y esperan obtener réditos políticos del dolor y miedo que provocan.
Está, por supuesto, el grito de los inocentes que piden justicia en el juicio por los trenes de Madrid. Es un grito que clama al respeto profundo del tremendo duelo que sobrellevan cientos de personas entre nosotros bajo la tensión del juicio. Debemos ser capaces de transformar el grito, todo este dolor en coraje democrático, para reclamar respeto y humanidad y también para no acobardarnos ante el poder del miedo que causan los terroristas. Es preciso recuperar la sensibilidad plena con la inocencia radical de las víctimas.