FUNDACIÓN VÍCTIMAS DEL TERRORISMO NÚMERO 86

69 TESTIMONIO tenía a mí, porque era madre soltera. Pese a las dificultades, gracias al apoyo de mi tía, tenía mi vida encaminada para poder compaginar estudios y trabajo. Yo había cursado el segundo año de Contabilidad y Auditoría en Ecuador, pero una vez aquí tanteé la posibilidad de estudiar Medicina, porque era una carrera que siempre me había atraído. Mi ilusión siempre fue ser médico, pero mis recursos no me permi- tían cursar una licenciatura que era muy costosa y mi padre me animó a estudiar algo práctico, que me ayudara a valerme por mí misma. Al final, me decidí por la Contabilidad, ya que, con un bebé en bra- zos, era muy complicado comenzar una carrera nueva. Quería darme un margen de tiempo hasta situarme. No fue fácil, fue un camino duro y, cuando se cumplía un año de mi estancia en España, ocurrió el atentado. ¿Qué recuerda de aquel 11 de marzo? Ese día empezó como cualquier otro. Yo vivía en Coslada y todas las mañanas salía de casa para coger el tren que me acerca- ba hasta mi trabajo en el centro de Ma- drid. A veces, llevaba a mi hija conmigo. Pero, ese día, la dejé al cuidado de mi tía, ya que ella tenía el día libre. Cuando esta- ba a punto de salir del portal me di cuenta de que no había dado la bendición a mi niña, algo que los padres hacemos siem- pre en Ecuador. Así que volví sobre mis pasos y entré en mi casa para abrazarle y decirle lo mucho que la quería. Cuando llegué a la estación, el tren estaba a punto de arrancar y me subí en el últi- mo minuto, justo antes de que cerraran las puertas. Me senté en el tercer vagón, de espaldas al conductor, y me puse a leer el periódico que llevaba. Cuando llegamos al Pozo subió mucha gente, se cerraron las puertas y, tras el pitido, que anunciaba la salida del tren, todo saltó por los aires. ¿Fue consciente de que había estallado una bomba? Al principio no sabía lo que había ocurrido. Recuerdo que un señor que subió en Vicál- varo me acababa de preguntar si el tren iba hasta Atocha. Luego todo parecía irreal, era como estar en un horno de pan, un calor insoportable, todo era oscuridad. Cuando recobré la conciencia me encontraba debajo del asiento y me preguntaba qué hago aquí debajo, intentaba salir y no podía. Tenía la sensación de estar hueca por dentro. No oía nada, solo me escuchaba a mí misma. Lue- gome dijeron que seme había perforado un tímpano. Alcé la vista y ya no había techo, solo cables colgando por todos los lados. En esos momentos de confusión me sentía en Ecuador. Pensaba que estaba en un trolebús en mi país y me decía a mí misma: “No to- ques nada, puede darte una descarga”. Creía que había sufrido un accidente. No sé cuán- to tiempo pasó hasta que oí que alguien gri- taba: “¿Hay alguien vivo?”. Yo quería hablar, pero nome salía la voz. Al fin un viajero, con la ropa hecha jirones como la mía, logró sa- carme. Estaba aturdida, nos mirábamos y no entendíamos nada. Entonces ese señor me dijo: “Aquí han puesto una bomba. ETA ha puesto una bomba”. Yo no sabía qué era ETA. En mi país no había atendados, delin- cuencia sí, pero no atentados. Estaba atur- dida y solo hacía que preguntarle: “¿yo es- toy viva?” A nuestro alrededor solo veíamos muertos. Éramos las dos únicas personas vivas en el vagón. Empezamos a buscar la salida, pero las puertas estaban hundidas. La gente, que estaba en el andén, nos decía que saltáramos porque podía haber más bombas que no hubieran estallado, así que nos lanzamos desde el tren. ¿Qué pasó después? Vi imágenes que nunca podré olvidar. Era un escenario de guerra. Todos estábamos amontonados en el andén. Personas destro- zadas, con heridas terribles, y muertos. Pero también vi gente solidaria, que se volcaba en intentar ayudar a los demás. Heridos ayu- dando a otros heridos, a veces impotentes por no poder hacer algo más. Yo siempre “Cuando llegamos al Pozo subió mucha gente, se cerraron las puertas y, tras el pitido que anunciaba la salida del tren, todo saltó por los aires”

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