FUNDACIÓN VÍCTIMAS DEL TERRORISMO NÚMERO 88

63 TESTIMONIO sobre todo porque muchos amigos y personas buenas se habían quedado en el camino. “Solo quiero decir —continuó Sandra— que, si Dios me dio la opor- tunidad de seguir con vida, es por una razón, y no la voy a desperdiciar. Ahora trabajo en una fundación que ayuda a personas, soy madre de tres niños, y lo que pido es que sigamos educando a los más jóvenes para prevenir futuros actos de terrorismo y que trabajemos por al- canzar la paz mundial”, concluyó. Vera de Benito El último testimonio lo ofreció Vera de Benito, quien perdió a su padre, Este- ban, cuando ella tenía diez años. Este- ban murió dentro del tren en el que via- jaba en la estación de Atocha. Vera no tiene un recuerdo nítido de aquel 11 de marzo. Solo recuerda que su padre le dio un beso de buenos días an- tes de irse a trabajar. Más tarde, desde la ventana de su dormitorio, que daba a las vías de la estación de Santa Eugenia, fue testigo del caos: “Me despertó un ruido. Solo se veía humo; más tarde, ambulan- cias y gente herida deambulando. Re- cuerdo a mi madre en el salón intentan- do localizar a mi padre.” dispuesto a ayudar a los demás y con un notable sentido del humor que anima- ba cualquier celebración. Fue el recuer- do de estas cualidades lo que impulsó a sus allegados a considerar la creación de una fundación al día siguiente de su muerte. Así nació la Fundación Rodolfo Benito Samaniego, que ya ha cumplido 20 años. Esta fundación se dedica a per- petuar los valores de Rodolfo, mantener el recuerdo y la memoria de las víctimas del terrorismo, promover la toleran- cia, visibilizar y empoderar a colectivos vulnerables, y fomentar la investigación para construir una sociedad más libre y con más oportunidades. Para concluir su intervención, Alejandro reflexionó sobre el propósito de su testi- monio, que no solo era rendir homenaje a su hermano. Explicó que su afirmación de estar "infectado por el terrorismo" se relaciona con el profundo dolor y rabia que sintió tras la pérdida de alguien tan querido en un atentado. Reconoció que este dolor es algo que, según él, nunca le abandonará. Sin embargo, también aseguró que “cada enfermedad puede tener su vacuna”, y agregó que “si estoy hoy aquí es porque también comparto los valores que Rodolfo defendía: demo- cracia, libertad, tolerancia y respeto a los derechos humanos, y tengo la esperan- za de contribuir a mantener a nuestra sociedad alejada del totalitarismo y la intolerancia. Estoy convencido de que esta sí es la verdadera razón por la que he compartido mi testimonio, ante la destrucción una rebeldía de construir”. Sandra Lescano A continuación, tomó la palabra Sandra Lescano, quien resultó herida tras esta- llar el tren en el que viajaba, justo cuando salía de la estación de El Pozo. Sandra relató que, aunque han pasado 20 años, parece que fue ayer cuando llegó a Espa- ña desde su Ecuador natal con su hija, buscando un futuro mejor. “No podía imaginar que en aquella mañana de mar- zo sufriría un atentado. Viví el terror más espeluznante que un ser humano puede experimentar; para mí, no existe una pe- lícula de terror que se compare con lo que viví en carne propia”, manifestó. Sandra siguió contando cómo tras el pitido del tren y cerrarse las puertas es- talló la bomba y todo a su alrededor sal- tó por los aires. Se sintió atrapada, sin una salida. Sólo reinaba la oscuridad y el caos. En medio de esta pesadilla, su mente la trasladó a su tierra natal y le hizo recordar una canción de su país: “No sé en qué momento acabé debajo de los asientos; todo se tornó negro y con- fuso. Quería gritar, pero no podía. Sentía un pitido en mis oídos, como si estuviera hueca por dentro. En ese instante pensé que estaba en un trolebús en Ecuador y que los cables colgaban porque había un cortocircuito. Comencé a cantar un vi- llancico muy conocido en mi país, pero era como si cantara para mí misma”. Tras salir del tren, ya en el hospital, Sandra descubrió que tenía un tímpa- no perforado y una contusión pulmonar severa. Sin embargo, su mayor preocu- pación era su hija Tatiana, de apenas un año. “Lo único que pedía a la enfermera que me atendió es que me dejara firmar un papel para que, en caso de que me pasara algo, mi hija pudiera regresar a mi país con mis padres”, rememoró. Cuando recibió el alta y volvió a casa, pudo abrazar a su hija, pero lo único que deseaba eran respuestas. Quería enten- der por qué había ocurrido el atentado,

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