FUNDACIÓN VÍCTIMAS DEL TERRORISMO NÚMERO 89

77 TESTIMONIO podíamos. Queremos mucho a nuestros tíos, pero la seguridad, la tranquilidad y el calor que solo pueden dar unos padres son insustituibles. Eso jamás lo hemos vuelto a sentir. ¿Cómo ha enfrentado el dolor y el duelo a lo largo de los años? La fuerza siempre me la dio mi hermano. Desde pequeña siempre había sido muy protectora con él, supongo que como cualquier hermana mayor, incluso cuan- do mis padres estaban vivos. Después de su muerte, esa protección aumentó. Hice todo lo posible por evitarle sufrimientos innecesarios, y no faltaron situaciones difíciles. Por ejemplo, en julio de 1992 tuvimos que asistir al juicio del arcipres- te de Irún, quien había dado refugio a los asesinos de mis padres. Procuré que él supiera solo lo justo sobre todo esto, igual que en muchas otras ocasiones. La pérdida de nuestros padres ya era un gol- pe demasiado duro para él, y sentí que era mi deber protegerlo aún más. Por eso, me obligué a mantenerme fuerte y afrontar todo lo que viniera. ¿Cuál es el recuerdo que guarda de sus padres y cómo ha influido en su vida? Me esfuerzo cada día por mantener vivo el recuerdo de mis padres, exprimiendo al máximo los 18 años de memorias que tengo de ellos. Recuerdo, por ejemplo, el día en que, al salir de casa para ir con mis amigos, me encontré con mi madre. Nos sentamos en un murete y, en apenas diez minutos, nos pusimos al corriente la una de la otra. Recuerdo que me dijo: "Cómo es la vida, cuando unos van, otros vuelven". Y a mi padre, preguntándome por los chicos... Así que, aunque solo tengo 18 años de recuerdos, los aprovecho muy bien. ¿Cómo recuerda el día que ETA hizo ex- plotar la bomba que causó la muerte de sus padres? Fue el peor día de mi vida. Al enterarme de lo que había ocurrido y en qué zona, sentí un pellizco en el estómago. Esa tar- de, mientras caminaba de vuelta a casa, al pasar por el hospital, todo era un caos. Solo quería llegar a mi casa y ver que todo estuviera en orden. Pero no, no lo estaba. Ya desde la entrada de la urbanización donde vivíamos vi que no había luz en la cocina, eso no era normal a esa hora, corrí ya con una inquietud terrible, en- tré en mi casa y llamé por teléfono a una amiga para decirle que me iba al hospital porque algo estaba pasando. Ahora to- dos estamos más comunicados pero en ese momento no existía el teléfono móvil. ¿Cómo le comunicaron que sus padres habían fallecido? Después de hablar con mi amiga y col- gar el teléfono, sonó el timbre de casa. Al abrir, encontré a la vecina de enfren- te, con los ojos llorosos. Me pidió que subiera a casa de otra vecina, donde me esperaba mi hermano. Nadie se atrevía a decirnos nada. Poco después, y sin expli- carnos lo que ocurría, llegó un coche de policía que nos trasladó al hospital. Una vez allí, nos llevaban de un lugar a otro, hasta que, en un momento dado, nos encontramos con un tío de mi padre. Al preguntarle por él, me dijo que lo ha- bían matado. En estado de shock, insistí en preguntar por mi madre. Su respues- ta fue la misma: también. No entendía lo que me decía, así que volví a preguntar, pero su respuesta no cambiaba: también. Y, así fue. La habían matado también. ¿Quiénes se hicieron cargo de usted y de su hermano? En un primer momento me envalentoné y pensé que lo mejor sería irme a casa con mi hermano y, poco a poco, decidir qué hacer. Sin embargo, tras el funeral de mis padres, tanto mis tíos maternos como paternos nos esperaban en casa de uno de ellos. Habían organizado una reunión para buscar la mejor solución, pues no querían que afrontáramos la si- tuación solos. Finalmente, mi hermano se trasladó a casa de mi tía paterna, y yo fui a vivir con mi tía materna. Fue una etapa te- rriblemente difícil para todos; nuestras vidas cambiaron para siempre. Vivimos así desde febrero de 1992 hasta julio de 1993, cuando decidimos regresar juntos a la casa de nuestros padres. ¿ Cómo cambió su vida tras lo ocurrido aquel día? Todo cambió por completo; lo único que permaneció igual fue que seguimos estu- diando. Cada uno vivía en una casa dife- rente, aunque nos veíamos siempre que “Somos parte de la memoria colectiva de la sociedad. La mayoría es consciente de que todos fuimos posibles víctimas”

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