FUNDACIÓN VÍCTIMAS DEL TERRORISMO NÚMERO 91
71 mentados, fotografías e historias contadas por quienes la conocieron. Todo es difuso porque yo era muy pequeño. ¿De qué manera ha influido la pérdi- da de su madre en su vida y en la de su familia? Ha marcado profundamente a mi fami- lia: recuerdo a mi abuela vestida de negro, guardando luto hasta el final, y cómo mi abuelo se fue apagando poco a poco. En casa apenas se hablaba del tema; era de- masiado doloroso y terminó convirtién- dose en un tabú. En lo personal, el dolor no ha disminui- do con el paso de los años; al contrario, se ha hecho más hondo. Al crecer, tomas conciencia de lo que perdiste y de lo que viviste sin comprenderlo del todo, y pien- sas en lo que pudo ser y no fue. Hay fechas —como el Día de la Madre— que lo po- nen aún más de manifiesto. Al principio lo afrontas con resignación; luego llega la rabia: te enfadas por todo lo que te tocó soportar sin haber hecho nada para me- recerlo. Perder a alguien de forma repentina siem- pre duele, pero cuando la ausencia es con- secuencia de un atentado resulta aún más injusto y difícil de asumir. No es que el sufrimiento sea mayor, sino que se siente distinto. ¿Qué le ha llevado ahora a romper el silencio y contar su historia cuando para su familia es un tema delicado? Hablar de este asunto siempre ha sido un tabú en mi casa. Mis allegados saben que he empezado a dar entrevistas, pero has- ta ahora no había reunido fuerzas para abrirme. Aunque solo tenía tres años, hay imágenes que permanecen en mi memo- ria y, al evocar esos momentos, no puedo evitar a veces que se me quiebre la voz. Con mi familia es aún más difícil. Ellos compartieron su vida con mi madre; yo apenas guardo fragmentos dispersos. Por eso, cuando hablamos de ella, preferimos apartar la tristeza. Imaginamos qué di- ría de nosotros, si estaría orgullosa de lo que hemos logrado... o si, quién sabe, me habría regañado por alguna de mis tra- vesuras de niño. Son recuerdos que cons- truimos entre todos, a nuestra manera. Cada persona vive este tipo de pérdi- das de forma distinta... Totalmente. Cada uno lo afronta a su manera. En mi familia somos muy re- servados; hasta hace poco no hablaba de esto con nadie. Para muchos es natural compartir historias de sus padres, pero para mí siempre fue complicado. Había quien pensaba que mis padres estaban se- parados o que mi madre había muerto de una enfermedad. Y es que para la mayo- ría resulta inimaginable una pérdida así. Cuando lo comentas, la gente se queda sin palabras porque nadie sabe qué decir. ¿Hay lugar para el perdón tras una pérdida así? Pensar en perdonar es complicado cuando el vacío de quien te arrebataron crece con el tiempo. Este mes me caso, y aunque mi madrina será la hermana de mi madre, a quien quiero muchísimo, no dejo de sentir que ella debería estar aquí, compartiendo mi alegría. Cada noticia de violencia me remueve por dentro; no puedo verla con frialdad. Lo que viví cambió mi forma de entender el mundo, y me cuesta aceptar que alguien pueda matar por una ideología, o peor, que otros lo justifiquen sin imaginar el dolor que deja. No es lo mismo causar su- frimiento que padecerlo, y aunque duela decirlo, hay que aceptar que no siempre se puede perdonar, sobre todo cuando el terrorismo yihadista sigue siendo una amenaza real. Pero más allá de eso, me preocupa cómo convivimos. No todo vale en nombre de la libertad. Me entristece “El dolor no ha disminuido con los años; al contrario, se ha hecho más hondo” “Perder a alguien en un atentado no duele más, pero sí duele distinto”
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NTEwODM=