Adolfo Suárez quiso dedicar los últimos años de su vida pública a las víctimas del terrorismo, porque estaba convencido de que la sociedad tenía una deuda pendiente con ellas. Por eso no dudó al aceptar la presidencia de la Fundación Víctimas del Terrorismo en 2002. Había mucho que hacer para arropar a las víctimas cuando Adolfo Suárez asumió la presidencia de la Fundación. ETA mantenía activa su actividad terrorista y el GRAPO daba sus últimas muestras de existencia. Pero en España convivían miles de víctimas de ambos grupos terroristas, sin que hasta entonces la sociedad hubiera tenido en consideración su enorme sufrimiento por la entrega de las vidas de sus familiares, siendo su comportamiento, exento de cualquier tipo de venganza, un ejemplo de convivencia democrática.