Durante el último cuarto del siglo XX el mundo asistió al nacimiento de un terrorismo asociado a distintos extremismos religiosos, con predominio (no exclusivo) de ciertas versiones conservadoras y politizadas de la confesión islámica. Esa violencia había surgido de ramificaciones minoritarias de movimientos e iniciativas reformistas islamistas menos agresivas con las que, sin embargo, compartirían una finalidad común: implantar un orden social y político libre de influencias occidentales y paganas, regido por la sharia o ley islámica, como el supuestamente establecido por el profeta Mahoma y sus primeros seguidores, los salaf (de ahí la denominación de varias de esas corrientes bajo la etiqueta de “salafistas”). Frente a los partidarios de las vías política-reformista y misionera (dawa) hacia la re-islamización, los salafistas violentos sancionaron sus campañas de terror apelando al concepto de yihad: esfuerzo de superación religiosa, cumplimiento del deber sagrado de promover el bien y perseguir el mal y testimonio de fe “en la senda de Alá”2. El impulso creado por las corrientes y movimientos del salafismo yihadista se haría notar primero a escala local o nacional, con manifestaciones importantes producidas a lo largo de las tres últimas décadas en distintas regiones del mundo musulmán. Con especial crudeza en Egipto, Palestina y otros países de Oriente Próximo; en Pakistán y Afganistán; en el Magreb, sobre todo en Argelia; en varios países del sudeste asiático. Finalmente, a partir de la última década del siglo XX el terrorismo de inspiración yihadista adoptaría una proyección nueva y distinta, gracias entre otros factores a la aparición en escena de una organización diferente a todas las anteriores. Así, el nacimiento de Al Qaida a finales de los años ochenta daría origen al proyecto para una yihad global y de un auténtico movimiento internacional dispuesto a desarrollarlo, con graves consecuencias sobre la estabilidad, siempre precaria, del mundo musulmán, y la seguridad en Occidente y Europa. La evolución de los acontecimientos mundiales y de las organizaciones yihadistas, más la respuesta suscitada por sus actuaciones, han dado lugar a un largo periodo de una actividad terrorista sostenida y sumamente letal, además de otras formas de violencia vinculada a dinámicas de conflictividad armada intensa, del que todavía no hemos logrado salir.